domingo, 22 de mayo de 2011

Diferentes latitudes, mismos sucesos particulares

Me resulta increíble el hecho de que no es necesario alejarse demasiado de la morada de uno, ni ir a lugares exóticos para que sucedan hechos bizarros y por demás jocosos. Al lado de mi casa aquí en Mérida, Yucatán hay un gran terreno baldío con matorrales secos adornados por cantidades industriales de botellas de Coca Cola vacías, escombros, colchones y demás desperdicios. A pesar de la basura, el lugar se ha convertido en el gimnasio endógeno de la urbanización y bien temprano en la mañana salen parejas a pasear sus perritos, papás sensuales que van a trotar, señoras y jovencitas que van a mover sus extremidades antes de ir a sus trabajos. Yo soy una más del grupo y cada mañana que he salido a hacer ejercicio presto mucha atención a la basura; creo que siempre voy pensando en el tiempo en que mamá nos llevaba al basurero a recoger cosas que nos fueran útiles y nos decía: arréglense que vamos a la boutique. La basura y yo tenemos una estrecha relación que es difícil de acabar. Al detallar la basura me di cuenta de que hay fauna que nunca había visto en Venezuela, liebres como las que se ven en las comiquitas de Merry Melodies, mis hermanitas de otra especie animal: las zorras y muchos pequeños reptiles que aprendieron a compartir su hábitat natural con los desperdicios.
Además de esta fauna, había yo notado algo muy peculiar, a lo largo de los caminos del terreno baldío siempre veía piezas de ropa interior femenina. Algunas veces pensé en cómo llegaron allí, me imaginaba alguna damisela en peligro de inminente de penetración sin tiempo para ponerse las prendas de vuelta o con miedo de gastar su preciado tiempo en esta actividad cuando la policía andaba rondando los predios. También reflexioné en el hecho de que yo necesitaba ropa interior y de que esas mujeres desconsideradas las perdían así, tan fácilmente, sin pensar en las niñas como yo sin ropa interior. Irremediablemente recordé a mi adorada madre, la única madre que saca de la basura la ropa interior que sus hijas desechan y dice: pero ¿cómo van a botar esto? Pues a mí me sirve y la ropa interior raída va del cesto a su gavetero.
Un día de esos en los que salí bien temprano a correr, vi a un pequeño señor color cobrizo que caminaba en dirección contraria a mí, noté que llevaba en su mano algo de color negro que no alcanzaba a distinguir. Pensé: ha de ser un inhalador pues el señor lo aspiraba con insistencia. Algo me dijo que me alejara un poquito del señor pero no pude dejar de prestarle atención a medida que me acercaba más a él, en un momento vi que lo que llevaba en su mano lo lanzó hacia a un árbol y aquello que no distinguía se colgó en el árbol como ornamento de arbolito de navidad, el señor siguió su rumbo y yo el mío, curiosa por saber qué había lanzado al árbol y por qué lo olía tan insistentemente. Cuando por fin llegué al árbol, ahí estaba ella: una tanguita negra de tela transparente, inocente, arrancada tal vez de una cuerda en un fondo de una casa cualquiera o de un culo descuidado para el deleite de este señor, que aplica su dicho "al que madruga, dios lo ayuda a robar ropa interior y a olerla perversamente antes de dejarla en el terreno baldío". Ahora que lo pienso bien, cuando regrese a Venezuela con mamá, llevaré a este señor para que esté pendiente de la ropa interior en la basura y la deseche como debe ser, lástima por mi madre.

Todavía sin dormir, la maravillosa visita a Sisal

Sin darme cuenta ya era sábado 23 de abril, status: desvelada, tareas hechas: 0. Llegué a casa a las 10 am, intenté dormir pero nada me dejó. Al mediodía finalmente me dije, hay que descansar y me fui a la cama. Paso seguido, suena de nuevo el extraño ruido del repicar de mi celular, era el mismo amigo de la piscinada quien me invitaba a conocer un pueblo con un puerto a unos 60 km de mi casa, tenía un nombre espectacular: Sisal. Le dije: mira mijo, yo no he dormido nada en unas 26 horas, dudo mucho que vaya con ustedes. Me respondió, sí claro, en unas dos horas te pasan buscando por tu casa. Pero es que yo.... Me cortó y me levanté de mi cama a tomar una ducha, parapetear mi cuerpo decadente y alistarme de nuevo para salir de casa. ¿Cómo podía decir que no? Luego de quedar rechinante de limpia, de pasarme un brillo de jabón y echarme Ajax en la axilas como Willie el de Los Simpson, fui a comprar un yogurt, los lactobacilos me curarían de mi trasnocho, mi decadencia y me dejarían regenerada para ir a Sisal.

Muelle de Sisal
Pasarían por mí a las 3 pm, llegaron las 3, luego las 4 y finalmente aparecieron casi a las 5 pm. Tenía yo miedo de que no llegáramos a tiempo para bañarnos aún en la playa. Nos apuramos, reunimos a todos lo que irían y partimos a Sisal. Yo iba en un carro con Valentina y sus padres. Valentina es una bebé de 2 años con los piececitos más hermosos del mundo, con más sentido de la moda que yo y ya no usa pañal, al contrario de mí que aún uso Pampers XXL. Iba yo hablando con Valentina y me olvidé de todo, el trasnocho, las tareas, los lactobacilos, etc. Finalmente llegamos a Sisal a las 6 pm, había aún sol y todos dejamos los peroles en la casa, exhibimos nuestras miserias y nos fuimos a la playa. Pasados unos minutos de estar en la arena, con el rosicler en toda su expresión, comenzaron a pasar bandadas de exóticos flamencos. Decidimos entrar todos al mar para verlos más de cerca; yo me puse acosté en el agua para ver el sol y el contraste del muelle con el cielo y las rosadas aves con plumas negras, el sueño de toda travesti para hacerse una boa espectacular. Pasaron miles, calculo que durante un lapso de 40 minutos, cuando creía que ya no vendrían más, aparecía otra bandada con su vuelo simétrico, todos ellos con sus cuellos largos y piernas esbeltas, es que cuando se es sexy... Agradecí en ese momento que no me hubiera vencido el cansancio, hasta ahora fue la escena natural más cautivante y tranquilizante que haya experimentado en mi vida.

Eran casi las 8 de la noche cuando nos llegó la noche en la playa. Volvimos a la casa en Sisal para enjuagarnos la sal e ir a devorar toda la comida que estuviera mal parada en la plaza del pueblo. Éramos un súper grupo, Valentina y sus padres, un psicólogo, un ingeniero, un abogado, un par de ejecutivos, un biólogo, un español y una sudaca pelabolas, moi. Luego de caminar por la plaza, donde habían instalado una especie de feria, caminamos por las calles aledañas y encontramos un lugar con quesadillas y tacos; no sé cuántos tacos me zampé pero fueron varios. Todos comíamos más que lima nueva y partimos al muelle del puerto, no sin antes pasar por un helado, yo comí una paleta de piña con picante, la verdad es que son deliciosas. De la heladería fuimos a ver a la gente relajada en la playa, a las 10/11 pm, jugando volley, prendiendo fogatas, sin preocuparse por el trabajo, ni porque los maridos les estén pegando los cachos, ni porque les vayan a cortar la luz. Un momento de verdadera tranquilidad.

De allí nos devolvimos a la placita del pueblo y decidimos tomar un turibús endógeno con techo descubierto y con muchas luces como anuncio del Times Square en Nueva York. El autobús le daba la vuelta al pueblo, veíamos desde lo alto las casitas cuadradas, la gente chismeando sentada en sus sillas de mimbre al frente de sus casas, los niños corriendo en la calle, los manglares en las lagunas de la costa donde dicen que hay cocodrilos. Yo estaba embelesada por el aroma de sal y lo fresco de la noche, al fondo había una música de Winsin y Yandel y por lo sublime del momento se puede decir que no me importó el sandungueo. La ocasión fluía tan maravillosamente que casi no notamos en un momento que había cables de electricidad que atravesaban la calle y casi nos quitan las cabezas; habiendo esquivado habilidosamente los cables, se escuchó exclamar al español: hombre tío, que jamás he visto cosa más naca en mi vida. Nadie le creyó y celebramos todos el hecho de que todas nuestras cabezas estuvieran intactas, felices de no haber recibido un electroencefalograma gratuito y regresamos de nuevo a la plaza de Sisal. Ya en la plaza, seguimos buscando qué comer, chucherías por aquí, heladitos por allá, chistes descarados, fotos de todos los chicos usando mi cabello, algunos de ellos terminaban como rockers de los 90 y otros como Cocker Spaniel, siempre sucede. Así terminó el día en Sisal, con una gran sonrisa, el trasnocho apremiando la llegada a la casa y por fin llegué bien temprano, a las 3.00 am tuve mi tan ansiada cita con mi colchón. El status seguía siendo el mismo del comienzo, desvelada, sin tareas listas pero con una sensación de ligereza y tranquilidad que no había tenido en los  2 meses previos a la visita a Sisal.

Con los panas en Sisal

sábado, 21 de mayo de 2011

Semana Santa y su hecatombe

Hace un mes había quedado en un paseo a unas ruinas. Hoy regreso más arruinada que nunca a intentar recordar lo que venía después. Definitivamente se borró una parte de la data y me voy a saltar de una vez al motivo de mi estado deplorable de miseria actual. Antes de la llegada de Semana Santa, había iniciado el proceso de deterioro hepático y moral que se esperaba me visitara por estos predios tarde o temprano. Era entonces 16 de abril y partí con una banda sudaca-mexicana a explorar bares vespertinos y luego nocturnos. Como todo comienzo, todos reíamos muy entretenidos por tonterías que ya nadie recuerda y cuando llegaron las 10 pm, decidimos partir a un lugar un poco más divertido. Decidieron que era muy buena idea ir a un lugar llamado Dubai, por allá donde el diablo dejó los calzones y creo que otras prendas más. El lugar era bastante peculiar, por decirlo de alguna manera. Cabinas cubiertas de terciopelo rojo con papel tapiz a rayas y luz casi inexistente, la perfecta realización de un burdel, por fin todos nos sentimos como en casa, demás está decirlo. Ni hablar de la selección musical y su falta de coordinación con el entorno, mientras todos estábamos acomodados sintiéndonos tropicalemente sexy en la cabina estilo cortesana parisina, al fondo sonaba el éxito reciente de Jordi "C'est dur dur d'être bébé" mientras uno de los nuestros corría por la pista con la camisa subida al pecho intentando mostrar su hilo dental color azul fluorescente. La verdad es que sí es duro ser bebé luego de ver semejante escena. Al acabar la noche, luego de un toque coqueto, regresé a casa solo para saber que en algún lugar había perdido la llave y tuve que esperar afuera hasta que la gente se despertara a eso de 6.30 am y me abrieran la puerta, me veía tan descansada que pienso en enviarle esos consejos de belleza y lozanía a la gente de Cosmopolitan.
Con mal pronóstico comenzó el domingo, destruida y con mil tareas por hacer decidí saltarme la cita con la almohada y cumplí con mis labores, al menos las domésticas como buena cachifa. Llegó la nueva semana entre clases en la universidad y el trabajo en la galería, la misma rutina hasta el jueves santo día en que comenzaría mi devoción para terminar las tareas acumuladas que nunca hice. El jueves algo hice, publiqué las últimas dos entradas en este blog y me sentí agotadísima por la carga intelectual, así que decidí entregarme a mi colchoncito por el resto de la tarde, súper exhausta, sin haber hecho ninguna de mis tareas universitarias. El viernes apareció un amigo venido de Cancún y por primera vez sonó mi teléfono, me asusté pues no sabía de dónde venía ese extraño ruido, fíjate me dije, ése es el sonido que hace cuando alguien llama, al fin soy popular. Me dijo: prepárate chula que nos vamos a una piscinada. Estuve muy reacia a ir porque debía trabajar en mis tareas, sin embargo, 15 minutos más tarde ya me había ido de la casa con el traje de baño puesto debajo de la ropa. Partimos a chapotear, a ingerir bebidas purificantes para el hígado y a saltar en un trampolín estando borrachines, la receta de la seguridad de la abuela. A eso de 11 pm dejamos el lugar para terminar la noche donde deberían terminar todas las piscinadas: el bar gay.
Es preciso que aclare que al principio tenía mis reservaciones de ir a ese lugar, recordé las muchas veces en las que mujeres no biológicas iracundas habían tirado de mi cabello por razones desconocidas. Les dije esto a mis amigos y ellos me dieron una muy buena razón para asistir: habría hombres haciendo bailes sensuales sin ropa al frente del público, me dicen que los llaman strippers, dije que iría porque era una experiencia que había que probar al menos una vez en la vida. Llegamos al lugar y efectivamente, allí estaban los hombres con quitándose su ropa con algo que parecía ser una especie de salchicha erguida que estaba debajo de su ombligo, me pareció curioso el baile y lo observé. Pensé que era una suerte de ritual de cortejo como esos que se ven en Animal Planet. Pasado el baile de cortejo, nos dispusimos a presenciar un show de comedia que hacen dos travestis muy conocidos en Mérida, Yucatán. Por supuesto que necesitaban material para hacer el show y no encontraron nadie más idóneo que yo para hacer el sketch, luego de que se metieran con mi cabello, mi ropita, mi capacidad intelectual y mi terruño, partí al baño para escapar del show por un momento y una de ellas me dijo: mi vida, no hay papel en el baño pero tranquila que la señora de la limpieza te seca el genital con la lengua. Súper clásico.  
Al final de esa noche regresé al barrio, me fui de arrocera a una fiesta con desconocidos a eso de las 4 am, presencié un Blackberry volador, yo sabía que esos teléfonos podían hacer de todo y me impresionó que ahora pudieran volar, me desilusionó mucho al final saber que no sabían aterrizar y lo vi morir al estrellarse contra el pavimento. Hubo una pequeña riña amistosa y ya a la luz del día, bien entrado el día a eso de 10 am volví a casa de nuevo acabada y por el piso. Otro día más sin dormir en menos de una semana e hicieron eco en mi cabeza las sabias palabras de mi madre: mija ¿usted nunca se va a cansar de tanto desnalgue? Respondí dentro de mí: parece que aún no mami, todavía no. Perdón.

viernes, 22 de abril de 2011

Cronología de mis días en Yucatán

Hacía ya un par de años que mi vida no había estado controlada por una agenda. Los que me conocen saben el porqué del desastre de existencia que llevaba antes de venir a vivir a México, se sufría pero se gozaba como bien lo dice mi padre el viejo Moy. Los primeros días conociendo esta Mérida se sentían tan ajenos a mí que hasta me daba un poco de miedo pensar en pasar los 11 meses siguientes con esa misma sensación. Así como cuando te comes un producto caduco y comienzas a sentir un temblor inexplicable en las vísceras. Salvo las excepciones de los paseos y encuentros peculiares que he narrado antes, la vida se resumía a trámites y a regresar a la casa. Salir por allí diariamente a hacer ejercicio y a leer mis entretenidos chismes en línea que tanto me gustan. Las clases comenzaron por allá el 14 de febrero de 2011, 3 días por semana había que presentarse en las intalaciones de la universidad, unas 12 horas por semana. El grupo de estudiantes era y sigue siendo bastante pequeño, somos 6 u 8 que estamos dependiendo de la clase  y los únicos que no caben en los pupitres somos Demecio y yo. Todos nos recibieron bastante bien. Las clases se han pasado y se pasan ligeramente. Salimos unos 15 minutos de receso y vamos en la perenne búsqueda de productos con muchos gramos de carbohidratos y algo de beber en esos minutos. Siempre regresamos tarde como buenos venezolanos y una hora después se acaba la clase. Siempre ando rezando (yo que no creo en nada) para que no haya tarea porque la detesto tanto como a la cerveza sin alcohol.


Mi nueva Alma Mater, la UNAM


Pasadas casi 4 semanas, un amigo me hizo la cita para un trabajo de asistente a la galería. El 11 de marzo fui a la entrevista y de una vez me quedé en el lugar. Sentí un gran alivio al saber que por fin iba ocupar el tiempo en algo más y que además ganaría unos realitos para comprar unas latas de sardinas y un kilo de pasta para hacer mi versión de bajo presupuesto de spaguetti alle sarde. A partir de ese momento me tenía que despertar súper temprano, al principio fue un reto porque no tenía ni siquiera un celular para poner alarma y ya no estaba a mi lado el gallo Zopilote Rojo, quién se quedó en Venezuela, para que me despertara con su canto a lo Enrique Iglesias.
Gracias a la austeridad de mi estadía, he logrado levantarme temprano. Les explico la razón, hay una ventana junto al frente de mi cama y como no he tenido dinero para poner cortinas, el sol me da temprano en el rostro y así me despierto a tiempo. A eso de las 6 am ya estoy despegándome del colchón. Minutos más tarde, estoy en la calle en la corrinata. Una hora y media después estoy en casa bañándome apresuradamente, desciendo con rapidez a desayunar y a eso de 8.30 am ya parto a la galería. Allá estoy de 9 am a 4 pm cuando tengo clases y los otros días de 9 am a 6 pm. A veces los días son difíciles, otros son muy fáciles y relajados. En el tiempo libre bajo música cibelera: Ismael Rivera, las estrellas de Fania y por supuesto, música birosquera, clásicos de Cypress Hill y Dawn Penn. Entre contactar artistas, ver pagos, llamar por teléfono y escuchar que me cambien el nombre a Lorenza, Raquela, Antonia, Nepamucena y Petronila, se acaba el día y me voy a la universidad hasta regresar a casa a eso de 10 pm.

Una fotico que tomé en Maní antes de comenzar a trabajar
Atrás quedaron los días de levantarme con los cantos de los gallos de la casa, los ladridos de todos los perros, el gato Filemón que llegaba de madrugada a mi cama para luego bajar a hacer arepitas de trigo y pelear porque todo estaba sucio en la cocina y escuchar las otras peleas simultáneas de la casa que parecían una canción a capella, cocinar la súper olla de zambumbia (comida para perros) y partir una que otra noche al centro de Mérida en Venezuela en búsqueda del toque con la farándula. Parece que he crecido, mentira, solo he engordado.

De vuelta a la diversión


Había quedado en el 21 de marzo, la experiencia en Dzibilchaltún. Luego de pasar por la vivencia purificadora del equinoccio, mis amigos y yo decidimos ir a matar el hambre. Yo, intentando engañarme a mí misma, había metido en mi bolso agua, yogurt y unas galleticas y prometí que ese sería mi desayuno del día. Como era de esperarse, a eso de 8 am, ya nos habíamos zampado todo lo que llevaba en la cartera, además de unas fritangas mal paradas y medio kilo de naranjas. Por supuesto, esto no fue suficiente para ninguno de los tres. Partimos en la búsqueda de la famosa cochinita pibil de nuevo. Aunque había jurado que no la probaría jamás por dos simples razones: la lindura de los cochinitos y porque después que la como se desaparecen mis tobillos, a eso de 10 am ya me había chorreado la blusa con la grasa (me gusta pensar que es fibra) que chorreaban los tacos.
Dejamos el puesto de cochinita y me entretuve viendo a mis amigos pelearse por razones desconocidas, manotazos por aquí, cachetadas por allá y hasta un poquito de sangre que salió de un rasguño; es que las gatas en celo siempre se sacan sangre. Me invitaron a unirme con otro grupo de amigos para ir a la playita. En ese momento me sentía como me escapaba de la casa y sabía que al regresar me iban a pegar y seguí evitando regresar a mi morada.

Manotazos
Casi de inmediato nos fuimos a la playa. Llegamos a unos pueblitos de orilla de playa con casitas cuadradas y sin muchos árboles, bastante pintorescos. Pasamos el pueblito de Chelém y partimos a la playa en Chuburná. Fue la mejor playa que vi en la Pensínsula de Yucatán. Un mar verdiazulado con mucho viento y sin edificaciones cerca, solo unas cuantas familias desparramadas relajadamente en la orilla y un par de personas haciendo kitesurf. Como es mi costumbre, no me pude resistir y me quité la ropa y terminé en pantaletas aterrorizando a la gente, que minutos atrás solía estar muy relajada, con mi escultural cuerpo. Luego de que me acosaran un par de veces pensando que era un manatí, me vestí y me uní al gran grupo para seguir comiendo. Llegamos a un restaurante de playa que olía a puro pescado frito, riquísimo. Me acordé de los desayunos de corocoro frito, arepas y ensalada que a veces nos hacía mamá en la casa, para la envidia del señor Kellog. Todos ordenamos y mientras traían la comida, nos dedicamos a beber. Pienso que mi cerveza se evaporó o tenía dos huecos la botella porque unos minutos más tarde ya no había nada. Arrasamos con todo lo que nos pusieron al frente, todos parecíamos damnificados. Bebimos un par de cervezas más y dejamos hecho un desastre el restaurantico. De allí a alguien se le ocurrió ir por postre a una dulcería muy famosa por esos predios; pude decir no y resistí la tentación de comerme todas esas delicias. El grupo subió sus niveles de glucosa en sangre y regresamos hiperactivos a Mérida.

Playa de Chuburná
Ya en casa, con cargo de conciencia por toda la grasa saturada, la cochinita, las birras y por haber asustado a la gente en la playa. Me puse mi chiquishorts (también conocidos como putishorts) mis zapatos deportivos y una hora más tarde fui a sudar mis penas. Fue el toque perfecto para terminar el día, una buena corrinata (combinación entre corrida y caminata. Copyright: Pata e' Chuleta) y un baño para retirar el silicio de las partes íntimas y a zzzzzz.

domingo, 27 de marzo de 2011

El equinoccio de primavera

Antes de comenzar con esta entrada, ofrezco mis disculpas a mis 10 millones de seguidores, perdón 10 seguidores, por omitir un mes de  mi estancia aquí, no porque se me haya olvidado, la razón es que en esos días no pasó nada interesante; los recuerdo y veo esa bola de monte que corre por el desierto en las películas de vaqueros. Pasados unos 10 días de haber comenzado a trabajar en la galería, salí con unos amigos al teatro Armando Manzanero a un concierto de canciones de la OTI. Aquello era todo un show, la gente parecía poseída por el espíritu de la iglesia Pare de Sufrir, cantando canciones con letras de autoayuda a todo pulmón. Yo me senté tranquilita y lo disfruté. Así dejamos el teatro y dos de mis amigos quedaron en buscarme el día siguiente, lunes 21 de marzo a las 5.20 am para presenciar el equinoccio de primavera en las ruinas mayas de Dzibilchaltún. Regresé a casa a investigar, le pregunté a mi amigo Google qué iba a pasar. Me explicó que el equinoccio no tenía nada que ver con caballos y me dijo que había un templo llamado templo de las 7 muñecas por cuyo centro se posiciona extactamente el sol durante los equinoccios y que sucede solo 2 veces al año. Me fui feliz a la camita para despertar temprano a mi decadente humanidad.

El templo de las 7 muñecas
Salí de casa como acordamos a las 5.20 envuelta como hallaca en un gufandota (bufandota en gocho) que me regaló mi amigo Pedro Luis. Los muchachos tardaban en llegar y yo comenzaba a impacientarme al ver la proximidad del amanecer. Diez minutos más tarde llegaron y nos pusimos en modo Flash Gordon y partimos a las ruinas. Como era de esperarse, no había lugar donde estacionarse y tuvimos que dejar el carro botado en la plaza del pueblo y correr como cuando avisan que hay leche en polvo en los supermercados en Venezuela (al igual que los equinoccios, dos veces al año) para alcanzar a ver el fenómeno. Había demasiada gente, la gran mayoría vestida de blanco que estaba ahí para purificarse y recargarse de energía en ese preciso momento. A medida que el sol llegaba a la ventanita central del templo, comencé a sentir una sensación muy poderosa, no por el equinoccio ni por la purificación, sino por un papacito que estaba a mi lado que me desconcentraba. Se escuchaba hablar inmumerables cantidad de idiomas alrededor y español con muchos acentos, el ambiente era heterogeneamente agradable. De allí partimos a recorrer el lugar e ideamos un sistema de elección de individuos atractivos, pretendíamos tener un carrito de supermercado y cada vez que encontrábamos un buen producto nacional o importado, decíamos "lo meto en el carrito, lo compro". Como verán, siempre muy intelectuales.

Papacito purificador
Caminamos y nos pegamos a un señor que hablaba con mucha propiedad para poder enterarnos de la historia de las ruinas; es una nueva modalidad de aprendizaje y de llama el "pare la oreja arqueológico", todo un hit de esta temporada. Vimos un iglesia que construyeron los españoles dentro del sitio arqueológico, diversos edificios, la cancha del juego de pelota maya y partimos al cenote que está dentro de las ruinas. 

Niños en la cancha del juego de pelota maya
Inicialmente yo iba muy emocionada por ir a echarme un chapuzón en el cenote. Llevaba en mi bolso mi traje de baño de los años 20 con el gorro de piscina de Marge Simpson pero resultó estar cerrado ese día por la gran afluencia de personas. No vayan a creer como yo, que el cenote es una gran glándula mamaria, no. En realidad es una suerte de piscina natural que se forma por la erosión que causan los ríos subterráneos en el subsuelo y deja salir agua cristalina y purísima. La gente cree que no tienen fondo e incluso he llegado a escuchar cuentos muy terribles de cosas que lanzan dentro de los cenotes. 

Cenote Dzibilchaltún
Seguimos caminando por el sitio mientras disfrutábamos del paisaje y la frescura matinal. Fuimos a la tiendita y a ver el museo del sitio, que también estaba cerrado y ya decidimos partir con la corriente del río de personas. Ya en la salida, compramos naranjas dulces con chile en polvo y kibbis de trigo bulgol, buenísimos. Apenas comenzaba el día, el mismo que resultó ser hasta hoy el mejor de mi estadía en Mérida aunque aquí se acabe la historia porque ya es muy tarde y me toca ir a planchar oreja.

Preludio del viaje a Progreso y viaje a Progreso

Luego de pasar la primera semana en Mérida, Yucatán, de haber gastado mis días básicamente en viajes a la universidad por exámenes de admisión y paseos por las oficinas de migración para evitar ser deportada a Sudacalandia, llegó un fin de semana sin pena ni gloria pero con uno que otro cuento digno de mencionar. Un domingo por la noche aparecieron un par de viejos amigos por nuestra morada y se unieron a la celebración unos cuantos señores de esos que se sientan tranquilitos en la mesa durante la cena con las piernas cruzadas y pelan los ojos cada vez que alguien dice coño o culo. Casi hice que sus globos oculares se salieran de sus órbitas, así nada más, por sentirme sexy. Nos sentamos todos en la mesa, éramos unos 8 ó 9 y la única mujer (al menos biológica) era yo. Paso seguido, comenzaron a rodar las botellitas de vino tinto que se evaporaban más rápido que presupuesto de alcaldía venezolana, ya que éramos unos cuantos empinando el codo. Salieron a comprar nachos y me dije que no los comería porque era muy tarde en la noche y sería demasiada grasa para mi hígado; 15 minutos más tarde ya había devorado hasta el container de poliuretano donde los trajeron.
A golpe de 10 pm se comenzó a sentir el aire tropical auspiciado por el Shyraz ya extinto, de inmediato un par de mis amigos de los más aficionados a los líquidos fermentados se escabulleron de la casa con la esperanza de poder comprar más nectar de dioses, solo para regresar más tristes que arbolito de navidad de rancho cuando supieron que los domingos vendían alcohol solo hasta las 5 pm. La sequía nos obligó a decirnos adiós y a arreglar la salida para el lunes siguiente cuando visitaríamos el Puerto de Progreso, a unos 15 minutos de Mérida.
Me fui a la cama feliz pensando en el viaje del lunes y en regresar a ese pueblito al frente de la playa que conocí hace casi 4 años, lleno de familias tomando el sol, siendo acosadas por sudacas en su continua venta de artesanías resguardados por el enorme muelle del puerto de altura. Pasaron por casa y partimos todos, yo iba pensando solo en los carritos de marquesitas y en cuántas me iba a comer. Salivaba con el recuerdo de ese tipo de pirulín gigante relleno de queso Gouda derretido por el calor de la crêpe crocante recién hecha. Los demás pensaban en cervezas y una vez encontramos un lugar donde estacionar el carro, partimos en su búsqueda. De allí nos fuimos al malecón con el six pack en mano a sentarnos a chismear y a ver qué había de bueno en la playa. Experimenté una extraña sensación ese día por primera vez en mi vida, tomé una cerveza y ya no pude tomar la otra, había dos opciones: o estaba comenzando a ser adulta de verdad o mi hígado comenzaba a colapsar. Caminamos por la arena, hicimos una actualización de la base de datos de chismes y al acabarse la cerveza, partimos en búsqueda de una recarga.

Puerto Progreso
Cruzamos del otro lado del malecón y me encontré con una escena muy tierna, una niña acariciaba a un perro de la raza encantadora, debe llamarse así porque me encantó, y procedí a sacar mi cámara digital de alta tecnología y tomé las únicas fotos de ese día (la foto de arriba me la robé de internet). Por cierto que cada vez que la gente ve mi cámara me pregunta cuándo voy a revelar las fotos. No entienden que tiene look retro pero es digital. De inmediato se acercó uno de mis amigos a pelear. Cómo era posible que yo tenía cámara y que no les había tomado fotos a ellos pero sí a la chingada perra. Le respondí de manera muy cortés y le expliqué que solo fotografiaba a perras biológicas y no a otro tipo de perras.

Una imagen que vale la pena tener
Después de unas cuantas risas y con el aire de salitre de la playa impregnado en la piel, con una marquesita y una cerveza dentro de mí, decidimos volver a eso de las 5 pm a casa. Los dos sudacas (Demecio y yo) nos quedamos en nuestro hogar y el otro par de amigos regresaron a su vida en Cancún, felices de la vida de habernos visto de nuevo y con ganas de reencontrarnos de nuevo por estas zonas de la península de Yucatán.