domingo, 22 de mayo de 2011

Diferentes latitudes, mismos sucesos particulares

Me resulta increíble el hecho de que no es necesario alejarse demasiado de la morada de uno, ni ir a lugares exóticos para que sucedan hechos bizarros y por demás jocosos. Al lado de mi casa aquí en Mérida, Yucatán hay un gran terreno baldío con matorrales secos adornados por cantidades industriales de botellas de Coca Cola vacías, escombros, colchones y demás desperdicios. A pesar de la basura, el lugar se ha convertido en el gimnasio endógeno de la urbanización y bien temprano en la mañana salen parejas a pasear sus perritos, papás sensuales que van a trotar, señoras y jovencitas que van a mover sus extremidades antes de ir a sus trabajos. Yo soy una más del grupo y cada mañana que he salido a hacer ejercicio presto mucha atención a la basura; creo que siempre voy pensando en el tiempo en que mamá nos llevaba al basurero a recoger cosas que nos fueran útiles y nos decía: arréglense que vamos a la boutique. La basura y yo tenemos una estrecha relación que es difícil de acabar. Al detallar la basura me di cuenta de que hay fauna que nunca había visto en Venezuela, liebres como las que se ven en las comiquitas de Merry Melodies, mis hermanitas de otra especie animal: las zorras y muchos pequeños reptiles que aprendieron a compartir su hábitat natural con los desperdicios.
Además de esta fauna, había yo notado algo muy peculiar, a lo largo de los caminos del terreno baldío siempre veía piezas de ropa interior femenina. Algunas veces pensé en cómo llegaron allí, me imaginaba alguna damisela en peligro de inminente de penetración sin tiempo para ponerse las prendas de vuelta o con miedo de gastar su preciado tiempo en esta actividad cuando la policía andaba rondando los predios. También reflexioné en el hecho de que yo necesitaba ropa interior y de que esas mujeres desconsideradas las perdían así, tan fácilmente, sin pensar en las niñas como yo sin ropa interior. Irremediablemente recordé a mi adorada madre, la única madre que saca de la basura la ropa interior que sus hijas desechan y dice: pero ¿cómo van a botar esto? Pues a mí me sirve y la ropa interior raída va del cesto a su gavetero.
Un día de esos en los que salí bien temprano a correr, vi a un pequeño señor color cobrizo que caminaba en dirección contraria a mí, noté que llevaba en su mano algo de color negro que no alcanzaba a distinguir. Pensé: ha de ser un inhalador pues el señor lo aspiraba con insistencia. Algo me dijo que me alejara un poquito del señor pero no pude dejar de prestarle atención a medida que me acercaba más a él, en un momento vi que lo que llevaba en su mano lo lanzó hacia a un árbol y aquello que no distinguía se colgó en el árbol como ornamento de arbolito de navidad, el señor siguió su rumbo y yo el mío, curiosa por saber qué había lanzado al árbol y por qué lo olía tan insistentemente. Cuando por fin llegué al árbol, ahí estaba ella: una tanguita negra de tela transparente, inocente, arrancada tal vez de una cuerda en un fondo de una casa cualquiera o de un culo descuidado para el deleite de este señor, que aplica su dicho "al que madruga, dios lo ayuda a robar ropa interior y a olerla perversamente antes de dejarla en el terreno baldío". Ahora que lo pienso bien, cuando regrese a Venezuela con mamá, llevaré a este señor para que esté pendiente de la ropa interior en la basura y la deseche como debe ser, lástima por mi madre.

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