viernes, 22 de abril de 2011

Cronología de mis días en Yucatán

Hacía ya un par de años que mi vida no había estado controlada por una agenda. Los que me conocen saben el porqué del desastre de existencia que llevaba antes de venir a vivir a México, se sufría pero se gozaba como bien lo dice mi padre el viejo Moy. Los primeros días conociendo esta Mérida se sentían tan ajenos a mí que hasta me daba un poco de miedo pensar en pasar los 11 meses siguientes con esa misma sensación. Así como cuando te comes un producto caduco y comienzas a sentir un temblor inexplicable en las vísceras. Salvo las excepciones de los paseos y encuentros peculiares que he narrado antes, la vida se resumía a trámites y a regresar a la casa. Salir por allí diariamente a hacer ejercicio y a leer mis entretenidos chismes en línea que tanto me gustan. Las clases comenzaron por allá el 14 de febrero de 2011, 3 días por semana había que presentarse en las intalaciones de la universidad, unas 12 horas por semana. El grupo de estudiantes era y sigue siendo bastante pequeño, somos 6 u 8 que estamos dependiendo de la clase  y los únicos que no caben en los pupitres somos Demecio y yo. Todos nos recibieron bastante bien. Las clases se han pasado y se pasan ligeramente. Salimos unos 15 minutos de receso y vamos en la perenne búsqueda de productos con muchos gramos de carbohidratos y algo de beber en esos minutos. Siempre regresamos tarde como buenos venezolanos y una hora después se acaba la clase. Siempre ando rezando (yo que no creo en nada) para que no haya tarea porque la detesto tanto como a la cerveza sin alcohol.


Mi nueva Alma Mater, la UNAM


Pasadas casi 4 semanas, un amigo me hizo la cita para un trabajo de asistente a la galería. El 11 de marzo fui a la entrevista y de una vez me quedé en el lugar. Sentí un gran alivio al saber que por fin iba ocupar el tiempo en algo más y que además ganaría unos realitos para comprar unas latas de sardinas y un kilo de pasta para hacer mi versión de bajo presupuesto de spaguetti alle sarde. A partir de ese momento me tenía que despertar súper temprano, al principio fue un reto porque no tenía ni siquiera un celular para poner alarma y ya no estaba a mi lado el gallo Zopilote Rojo, quién se quedó en Venezuela, para que me despertara con su canto a lo Enrique Iglesias.
Gracias a la austeridad de mi estadía, he logrado levantarme temprano. Les explico la razón, hay una ventana junto al frente de mi cama y como no he tenido dinero para poner cortinas, el sol me da temprano en el rostro y así me despierto a tiempo. A eso de las 6 am ya estoy despegándome del colchón. Minutos más tarde, estoy en la calle en la corrinata. Una hora y media después estoy en casa bañándome apresuradamente, desciendo con rapidez a desayunar y a eso de 8.30 am ya parto a la galería. Allá estoy de 9 am a 4 pm cuando tengo clases y los otros días de 9 am a 6 pm. A veces los días son difíciles, otros son muy fáciles y relajados. En el tiempo libre bajo música cibelera: Ismael Rivera, las estrellas de Fania y por supuesto, música birosquera, clásicos de Cypress Hill y Dawn Penn. Entre contactar artistas, ver pagos, llamar por teléfono y escuchar que me cambien el nombre a Lorenza, Raquela, Antonia, Nepamucena y Petronila, se acaba el día y me voy a la universidad hasta regresar a casa a eso de 10 pm.

Una fotico que tomé en Maní antes de comenzar a trabajar
Atrás quedaron los días de levantarme con los cantos de los gallos de la casa, los ladridos de todos los perros, el gato Filemón que llegaba de madrugada a mi cama para luego bajar a hacer arepitas de trigo y pelear porque todo estaba sucio en la cocina y escuchar las otras peleas simultáneas de la casa que parecían una canción a capella, cocinar la súper olla de zambumbia (comida para perros) y partir una que otra noche al centro de Mérida en Venezuela en búsqueda del toque con la farándula. Parece que he crecido, mentira, solo he engordado.

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