sábado, 19 de marzo de 2011

Una muy buena visión del futuro

El señor Antonio Solís
Hubo muchas oportunidades en las que pensé en cómo sería mi futuro, más ahora que ya estoy pisando los 30, aunque parezca que ya los pisé. Todas las veces me veo con mi manada de 50 gatos, la úlcera en la pierna derecha y con bastante ropa encima para tapar las miserias. En realidad ese panorama no me quita el sueño mientras que los gatos estén preparados para revivirme en caso de que me dé un ataque y de que lleve ropa en onda para ser una vieja cool. Aún no hago la elección de la ropa. Más tarde llamaré a Carolina Herrera para que me aconseje, ella  se ve como una vieja cool y vanguardista, estoy segura que lo logró por el estilo y no por el dinero.
Hace unas 3 semanas fui a buscar a un amigo que vino a Mérida para celebrar el carnaval. Como yo nunca había ido a un desfile, me apunté a ver el espectáculo. Antes de ir al desfile, pasé por su casa a esperarlo. Antes de cruzar la puerta apareció un señor vestido en pijamas quien rápidamente se presentó como el abuelo de mi amigo, me llamo Antonio Solís dijo. Mi amigo se fue a alistar antes de salir y yo decidí quedarme a cotorrear con el Sr. Solís. Me pareció curioso que llevara una pijama completa y con una franelita debajo porque hacía mucho calor. Le pregunté si no tenía calor y me respondió que sí, que sabía que había calor pero que ya no lo sentía y que prefería el ambiente así porque el frío lo amodorraba y que a sus 94 años no tenía interés en la flojera, que todavía le gustaba trabajar. De allí comencé yo mi labor de entrevistadora que no trabaja en ninguna agencia de noticias y seguí preguntándole sobre su vida. Me contó de cómo conoció a su mujer a los 16 años, habló con ella el mismo día que se conocieron y supo que sería la mujer de su vida y así fue. Me dije: estoy haciendo algo mal, con toques coquetos no me va a pasar lo mismo. Me habló de todos los años que trabajó manejando autobuses, de las historias de la vía y de su capacidad para comerse 50 tortillas de maíz cuando era joven. Luego me dijo que ahora comía muy poco, tal vez una o dos galletitas de elefantitos, me rompió mi inexistente corazón.

Después de un rato ambos nos quedamos callados, creo el Sr. Solís había olvidado la información que acababa de contarme y yo me suspendí un rato en el momento y pensé en mi niñez. Recordé cuando mi abuelo Faustino llegaba por sorpresa a la casa. Una vez de esas se apareció con un par de pantalones khaki descosidos en la entrepierna, venía bien satisfecho de haber viajado pidiendo colas todo un día y que no había gastado ni un centavo en el trayecto. Todos en la casa nos reíamos mucho en nuestra inocencia y mamá se molestaba porque su papá tenía mucho dinero para pagar los tickets de autobús que quisiera y a sus ochenta y tantos años no tenía que estar corriendo peligros en la calle. Luego pensé en mi abuelo paterno, al que nunca conocí. Nunca deseé tanto haberlo conocido. Me quedé tranquila allí en la sala, viendo en los ojos azules claros del Sr. Solís el reflejo de mis abuelos, el que conocí y que ya se fue, el que se fue antes de que lo conociera y a él mismo, el Sr. Solís, a quien quise conocer.

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